martes, 23 de octubre de 2007

GEORGE ZAMKA, astronauta, matemático e hijo de Bogotana



George Zamka es hijo de una bogotana y será el piloto del transbordador Discovery en su próxima misión que se iniciará este martes.

George Zamka es el astronauta más cercano que tienen los colombianos. En la foto aparece con la comandante de la mision, Pam Melroy.

De madre colombiana, George Zamka es un veterano aviador militar que será el piloto del transbordador Discovery este martes 23 de octubre, en su primer vuelo espacial.

Su apellido no lo revela, pero George Zamka es el astronauta más cercano que tienen los colombianos. Su madre, Sofía Pérez, es bogotana. Y aunque él nació en Nueva Jersey hace 45 años, a los 14 tuvo la oportunidad de vivir durante un año en Medellín. Si aún no había comenzado “a sonar” en los círculos internacionales, es porque Zamka, quien entró a la NASA en 1998, apenas tendrá su primera experiencia espacial el martes, cuando despegue a bordo del Discovery en calidad de piloto.

“Recuerdo a Medellín como un lugar muy bonito”, dijo hace cuatro años durante una entrevista en Houston. Habla en inglés, añadiendo que le resulta más fácil entender el español que hablarlo.

“Fui a vivir allí con mi madre a los 14 años, pero al principio fue muy difícil porque yo casi no hablaba español. Y me tocó aprender rápido para poder encajar en el colegio y hablar con mis primos. De pronto tuve que aprender a jugar fútbol y a entender los chistes y los coloquialismos y a colombianizarme. Y cuando lo hice, fue sensacional. Me acuerdo también que íbamos a ‘la finca’ en Río Negro. Mi escuela estaba en las montañas y yo veía a los aviones aterrizar casi encima mío. Impresionante, parecía que iban a chocar”.

Pero la impresión no le duró mucho porque ahora George Zamka es parte de ese grupo “top gun” de astronautas de origen hispano con una enorme experiencia como pilotos militares, que incluye a Carlos Noriega, Christopher Loria, Michael López-Alegría, y Marcos César Pontes. Su lista de logros aéreos es tan larga como distinguida.

Tras graduarse en matemáticas de la Academia Naval de Estados Unidos, y antes de recoger un máster en ingeniería por el camino, pasó a la Infantería de Marina, y después de intensos entrenamientos como aviador en el Escuadrón de Ataque de la Marina en El Toro, California, participó en operaciones de despliegue en Japón, Corea y las Filipinas. Más adelante fue asignado como instructor al Escuadrón de Armas y Tácticas. Después, se le preparó para volar el codiciado F-18 Hornet de día y de noche, y nuevamente lo enviaron a Asia. Durante la operación Desert Storm, Zamka voló 66 misiones de combate sobre el Kuwait ocupado e Iraq. En 1994 fue seleccionado para entrenamiento como piloto de pruebas para el F-18, ejecutando maniobras de alta precisión y dificultad.

“Siempre estuve fascinado con la idea de un avión aterrizando sobre un portaaviones”, dice. “Por eso la Marina era el instrumento perfecto. Y la razón por la cual escogí estudiar matemáticas es porque se usan para todo, y pensé que así podría involucrarme en lo que quisiera. En matemáticas uno aprende trucos para hacer cosas muy complicadas, y después esos trucos se usan en muchas situaciones. Los números son los mismos en cualquier idioma”.

Cuando habla sobre el F-18 Hornet, se le ilumina la voz. “Ah, es mi avión favorito. Es una máquina preciosa. Increíblemente bien diseñado. Es muy seguro y vuela de la forma en que uno piensa. Uno no tiene que luchar contra los instrumentos para hacer las cosas bien, porque el avión facilita el trabajo del piloto”.

Le pregunto acerca de las imágenes más vívidas que tiene de sus maniobras militares.

“Las de combate. Uno está haciendo lo mismo que durante los entrenamientos, sólo que esta vez hay gente disparando desde abajo. La seriedad de lo que acaba uno de hacer lo golpea al regresar, cuando uno recuerda haber visto las balas pasar silbando a los lados. Es entonces cuando uno dice, ‘Dios mío, me estaban disparando a mí’. Así fue Desert Storm”.

De allí a la NASA fue cosa de llenar una solicitud, una vez se dio cuenta que la cuestión no era tan remota como le pareció al principio. Tras la admisión, lo enviaron a un campamento de supervivencia en Maine, que fue muy fácil, pero después vino el otro, en Siberia, a 50 kilómetros de Moscú, en medio del invierno. Y esa vez, le sucedió lo mismo que a sus compañeros anteriores.

“Estar en medio de Rusia, en medio del invierno, en medio de la noche buscando leña para hacer una hoguera fue algo realmente extraño para mí. Pero todas esas cosas son difíciles en el sentido de que son incómodas. Es una prueba de resistencia. Y me gustó ver cómo respondía yo a esas circunstancias, porque cuando uno está mojado, cansado y con frío, está en su punto más débil. Además trabajamos con un comandante ruso que resultó ser una persona muy interesante”.

Este martes, cuando finalmente sea puesto en órbita, Zamka irá en calidad de piloto del transbordador, un puesto que no hay que confundir con el trabajo que hace el comandante, el encargado de aterrizarlo (que en esta misión será una mujer, Pam Melroy).

Misiones recientes han ido añadiendo a la Estación Espacial Internacional paneles solares y más trozos de la masiva columna vertebral del laboratorio orbital. Pero la misión del martes subirá un elemento genial: el nódulo Harmony. Una especie de pasadizo conector que unirá el segmento estadounidense de la estación con los módulos europeo y japonés (que habrán de subir a finales de año y a comienzos del siguiente, respectivamente). Harmony es la segunda pieza conectora en este gran juguete de armar por piezas que es la estación espacial. El primero fue el Unity, el segmento que conecta al módulo de E.U, Destiny, con el módulo ruso, Zarya.

El trabajo de Zamka será asistir a la comandante Melroy en todas las maniobras del Discovery. Pero el clímax del viaje será el momento en que tenga que transportar a uno de sus compañeros, asido en la punta del brazo robot del Discovery, desde el compartimiento de carga del transbordador, hasta el lugar donde deberá instalar un componente eléctrico permanente de la estación.

“Es algo en lo que pienso mucho: que estaré maniobrando este palo largo con mi compañero pegado en un extremo, en un espacio que está lleno de cosas a su alrededor, y encima de todo, ¡él tendrá entre sus brazos una especie de refrigerador de 200 kilos!”

Uno de los obstáculos que Zamka ha debido superar es entender los complicados sistemas del sofisticado, pero también malcriado transbordador.

“Es totalmente distinto a todo lo que yo haya volado hasta ahora. Por eso nos la pasamos entrenando, varias veces por semana. Los tripulantes dentro del simulador entrenan al mismo tiempo que los controladores y los ingenieros en las consolas afuera. Si alguien comete un error, hay que decirle a todo el mundo para que puedan aprender de él. Después de varias sesiones los instructores te tiran al tiempo una cantidad de fallas en los sistemas hidráulicos, eléctricos y digitales, y eso es como el examen final”.

Para este descomplicado astronauta, una de las cosas más agradables de su trabajo es salir a hablar con la gente.

“La cuestión con la fama es que la gente que está interesada en los astronautas es un grupo muy bueno de personas. Por ejemplo, un día en una de esas giras educativas hablé con un niño cuyo padre había hecho el esfuerzo de salir de su trabajo en una lechería para llevarlo a hablar con el astronauta en la feria de ciencias. Me pareció algo muy valioso. Por eso me gustaría involucrarme más en la educación”.

Y piensa que la gente tiene una idea demasiado idealizada de los astronautas.

“Es curioso, uno va a estas charlas educativas vestido en el uniforme azul celeste, y después nos cambiamos, y somos gente común y corriente, como el resto del mundo. Lo que pasa es que el camino ha sido tan duro y largo, que no ha sido gratis. Sí, claro, hay muchos compañeros con coeficientes intelectuales elevadísimos, pero también hay muchos otros como yo: con muchas cicatrices y arduo trabajo”.

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