martes, 23 de octubre de 2007
SE NOS FUE CELIA, por Julio Sánchez Cristo.
Nostalgia de palmeras
Julio Sánchez Cristo. El Nuevo Herald, 26 de julio de, 2003.
Hay gente que no se debería morir, pero pasan cosas, se me murió Celia Cruz, y sin ser su familiar, ni mucho menos su amigo, siento que se fue con un poquito de mí, y pienso inmediatamente en las personas que no deseo que se vayan. A lo mejor no conviene, pero el ciclo de la vida debería aceptar una que otra excepción. Y cuando se hace el inventario de la risa, de la lágrima, del amor y del desamor, en alguna ventana está la infinita carcajada de Celia.
Fui a su entierro en Nueva York, testigo de cómo la capital del mundo se rindió a nuestra guarachera mayor; Madison, Quinta Avenida, la Catedral de San Patricio, la funeraria Campbell, alcalde Bloomberg, gobernador Pataki, congresistas, celebridades, Sunday New York Times con foto en primera y media página de editorial; pero lo más emocionante, banderas de Cuba y América en cualquier automóvil, en cada esquina del Bronx, de Harlem, de Queens y ni hablar de New Jersey. Como en su canción, la vida y su muerte fue un carnaval, caras perdidas, rostros confundidos en la emoción cruzada de despedir a alguien que no se debió morir, pero que sin darnos cuenta nos fue preparando y nos fue llevando sutilmente desde hace meses, sabiendo todo en silencio, hasta esta monumental despedida que llegó a tener inclusive escala en Miami, para que no olvidáramos su sueño, la libertad.
Pasan cosas con las letras de sus canciones, ahora que no está, registro con escalofrío su nostalgia de palmeras, su nostalgia de Cuba, de un danzón silbándole en la brisa, nostalgia de mar azul y verde, flores en su paraíso, nostalgia de su tierra, la que no volvió a ver pero que nunca olvidó; y por el contrario su mensaje de muerte es la más importante reflexión que recuerde el exilio, porque millones de personas en el mundo que no sabían de dónde era Celia Cruz hoy saben que era cubana y saben por qué no pudo ser enterrada en su país.
Hablando con su conductor Harley, dice que era cumplida y odiaba los lujos del jet set, su estilista Ruth cuenta que siempre estuvo pendiente de sus pelucas, hasta de las que usaría en el ataúd, su manager de 25 años Ralph llorando contaba que no surgiría nadie como ella en la historia. No se descubre una artista distinta a la que vimos en el escenario, una mujer auténtica, nuestra, dedicada a lo que mejor sabía hacer, cantar, pero sin olvidar el cumpleaños de Tito Puente o de su comadre Matilde Díaz, o preguntar por la salud de una cajera del mercado.
Décadas de una impecable carrera musical, cantando con todos los grandes en cualquier teatro, desde Tokio hasta Moscú, y sin sucesora o alguna colega de su generación que se le acercara. Era única, su molde se perdió, y por eso uno se resiste a despertar sabiendo que ya no abraza a su Copito de Algodón, don Pedro Knight, a quien al oído le decía...Mis estrellas no responden, arena en el silencio, te busco perdida en mis sueños, y te busco... Sólo imaginar este susurro es como verla entrando al paraíso, el mismo en el que nació y que el destino le negó volver a acariciar.
Aunque no debió irse, pasan cosas con su muerte, en el verano de 2003 el régimen de su isla pretende resumir su paso por la tierra en siete frías líneas, despidiéndola como a una enemiga, en la escondida esquina de un periódico. Error, a esta señora el mundo la veneró no por sus posturas políticas, sino por su sin igual talento, por su voz, por su azúcar, por su risa, y si los regentes de su patria lo quieren esconder será como negar que hay noche, o que hay día, o que hay Celia, y es cuando su sueño de libertad se entiende en toda su majestad. Cometerían el mismo error los artistas cubanos que desde el exilio pretenden hacer lo mismo con otra leyenda de la música como Ibrahim Ferrer y sus amigos, al plantear un boicot si se presentan en los premios Grammy de Miami. No deben olvidar que ellos sí están en el país libre que adoptó a Celia y que el mejor homenaje a su memoria es precisamente respetar el talento, derecho que a ella siempre le negaron en su Cuba.
No me pertenecen sus palmeras, ni su brisa, ni su mar azul y verde, ni sus flores en el paraíso, pero entiendo su nostalgia. Hasta pronto, Celia.
juliosanchezcristo@yahoo.com
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